miércoles, 15 de noviembre de 2006

EN EL MAR LA VIDA NO SIEMPRE ES MÁS SABROSA

Sólo las contínuas paradas del autobús, en medio de algunas dudas sobre qué caminos tomar, indicaban que estábamos llegando a nuestro destino. Galicia está en la parte norte de España y, a las 7:30 de la mañana no había amanecido aún. Finalmente Iñaki, el bombero que iba como responsable del autobús número 3, empezó a dar instrucciones; bajaríamos todas nuestras cosas del autobús y las acomodaríamos en el polideportivo que nos daría albergue durante el fin de semana de faena negra.

Entumidos por el viaje de más de 8 horas y un poco aturdidos por el frío bajamos todos animados de los autobuses, a pesar de la falta de sueño que propicia un viaje que inicia a las 10:30 de la noche y termina casi a las 8 de la mañana. En el Polideportivo "Alberto" (curioso nombre para una instalación así. Se me ocurre que en México podrían empezar a bautizar a nuestras tercermundistas canchas municipales con nombres como "María", o "Pedro", "Juanito" o "Filemón") estaba ya todo dispuesto para recibirnos. Dentro de un recinto con piso de duela y calefacción que SÍ funciona, estaban ya acomodados unos colchones sobre de los cuales había una almohada, una cobija y una toalla para cada uno. Así que sólo tenías que elegir un sitio para instalarte.

Casi en seguida de que entramos al recinto los bomberos que iban con nosotros desde Vitoria comenzaron a repartir más instrucciones. Teníamos que salir a recoger nuestro equipo, consistente en unos overoles blancos (aquí "monos". Y no, no son monos.), unas botas de hule, que aquí son de "goma", una mascarilla, unas "gafas" protectoras y unos guantes impermeables, para después irnos a desayunar a un restaurante llamado "Claudio".


Durante el recorrido, otra vez en el autobús, se podían apreciar hermosas casitas, aquí conocidas como "chalés", construidas muy espaciadas a lo largo de las rías y costas que entran hasta Noia, la ciudad en la que nos hospedamos. También estaban en el agua, abandonadas como si hubiera habido una guerra biológica, las barcas de los pescadores. En general se veía poca gente en las calles.

En el autobús sonaba la radio con algún noticiero del que entendíamos poco más de la mitad; resulta que los gallegos hablan gallego y las estaciones de radio en general se manejan en dicho dialecto. Pero se puede entender bastante bien. Tiene una base muy grande en castellano con variaciones que de pronto dan un aire al portugués y en ocasiones al italiano. En algunos comercios y bares se podían leer cartelitos con la leyenda "Nunca Mais" inscrita en ellos. ¿Les suena familiar?

Pues para sentirnos más como en casa, el manejo que el gobierno español ha tenido de esta catástrofe en particular ha sido muy parecido al mexicano; mucha desinformación al principio, aderesada con un sinfín de "números alegres", sobretodo en lo que a la cantidad de mierda invasora se refiere; una decisión mal tomada tras otra, con el agravante de que no es la primera vez que ocurre un hecho como éste y no había previsión alguna ni plan de contingencia ni pequeño ni grande para manejar la situación. Primero la lentitud para tomar cartas en el asunto, luego el error de alejar al Prestige de las costas en lugar de atracarlo en algún puerto y evitar que se rompiera el casco. Y para rematar, la actitud de los políticos: los funcionarios que sólo atinan a tomarse la foto y la oposición que sólo se dedica a criticar las acciones del gobierno, pero sin hacer nada en concreto tampoco.

Afortunadamente, la gente ha tenido el buen tino de moverse y de hacerlo relativamente bien. La oleada de voluntarios de este fin de semana, procedentes de toda españa, fue de entre 3 mil y 4 mil, según datos que varían en los medios de información. En muchos sitios la gente se quedaba sin poder hacer nada porque no había equipo de protección ni de trabajo para ellos. Así que muchos se regresaron igual que como llegaron.

En el caso de "La ola blanca", el grupo de vascos bautizado así por un periódico gallego por el color de los trajes que llevábamos, la cosa estaba mucho mejor organizada. Fue el propio ayuntamiento de Vitoria, en coordinación con la Diputación Alavesa, el que se encargó de que se llevara todo lo necesario para que los voluntarios pudieran trabajar, incluyendo gran parte de la comida que consumiríamos. Se habla de una inversión de 12 mil euros (alrededor de 120 mil pesos) para la operación: 8 autobuses que llevaron a 390 voluntarios, la mayoría hombres y mujeres de entre 25 y 50 años de edad.

INICIAN LAS LABORES
Los autobuses nos dejaron al inicio de una brecha de arena, a poco más de 1 kilómetro de la playa que limpiaríamos: Basoña. En el trayecto se podían observar las manchas de petróleo en el suelo que seguramente habían caído de los contenedores que ya habían sacado.

Al confirmar cuál era el pedazo de playa que nos tocaba limpiar nadie se esperó a recibir instrucciones. Todos nos colocamos las mascarillas, las gafas y los guantes y nos lanzamos presurosos a embarrarnos de oro negro, aunque desconocíamos por completo el comportamiento de la sustancia. La mayoría sabrán que es viscoso y pestilente, pero eso no dice gran cosa. En realidad el olor es lo de menos. Hacía un día agradable, con un sol que a veces calentaba un poco, y un cielo muy despejado. Y la brisa del mar se encargaba muy bien de limpiar el aire.

Lo que no te esperas es lo díficil que es recoger esa plastilina aguada de color negro. La que está esparcida sobre la arena se recoge relativamente fácil; la tomas por una orilla y la puedes ir enrollando hasta que haces un montoncito. Pero luego te enfrentas a problema de depositar tu escultura en un contenedor, ya que la pala se incrustra en él con mucha resistencia y si lo tomas con las manos se rompe. Y cuando logras cargar con cierta cantidad de él, viene otra dificultad: Si te costó trabajo agarrarlo, es peor intentar quitarlo de los guantes, ya que se te quedan enormes bolas pegadas en ellos. Intentas de todo: te los exprimes, como si fueran trapeador, los restriegas contra la orilla de los canastos de plástico negro, y finalmente te resignas a regresar por más petróleo, con los guantes pesados de las cargas anteriores.

De lo que está en las piedras todos nos resignamos a dejarlo como está. Las palas no raspan lo suficiente y las manos apenas levantan la superficie de lo que ahí quedó. A medida que transcurre el día te preguntas cómo es posible que algo tan espeso y tan pesado (porque vaya si pesa la porquería!) puede flotar en el agua. Luego te viene una respuesta escolar que no terminas de entender: seguramente su densidad es menor a la del agua. Pero lo ves ahí, adherido a las piedras y con algunos espesos hilos flotando en la poca agua que dejó la marea alta, o en la que viene de un pequeño riachuelo que va a dar al mar.

EL DON DE LA CASUALIDAD Y LA OPORTUNIDAD
Llegaron las provisiones: más guantes, más mascarillas, gafas y agua. Yo me acerqué a ver si podía mejorar la condición de mis guantes, porque ya traía todos los brazos llenos de petróleo. Y el que estaba a cargo de las provisiones me dijo: "Tu mono ya está muy mal. Quítatelo que te doy otro". Así que me lo quité, pero pasaron los minutos y más minutos y el dichoso mono nunca llegó. Después empezó a llegar la gente a tomar agua o a querer limpiarse la cara, pero si te quitas los guantes estás frito, porque tendrás que ponerte unos nuevos. Así que, como yo tenía las manos limpias, los empecé a atender, también para no quedarme sin hacer nada mientras esperaba un traje que no llegó en ese día.

Y fue tal el éxito de mi ocurrencia, que terminé los 3 días atendinedo a la gente; desde limpiarles los mocos, hasta darles agua en la boca, ponerles precinto en los guantes para que no se les cayeran con el peso del petróleo que se adhiere a ellos, limpiarles la cara, quitarles la mascarilla para que pudieran respirar un poco, limpiarles las gafas empañadas, darles equipo nuevo y, finalmente, Iñaki me agarró de secretaria, ya que me dejó a cargo de su teléfono.

Supuestamente interrumpiríamos la jornada a las 2 para ir a comer, pero todos decidimos que era mejor continuar hasta que no pudiéramos seguir porque subía la marea. Toda una mañana te parece poco trabajo, a pesar de que has sacado un montón de petróleo. Pero es que parece que no has hecho nada. Sacas más y más y más y aquello se ve igual que cuando llegaste. El periódico dice que los vascos sacamos 200 toneladas en este fin de semana y ese número es lo único que te da algún consuelo.

GRACIAS
El hacer una labor con plena convicción y por gusto siempre te mantiene un buen semblante. Sin embargo, aunque duele un poco no ser de los que sacan porquería de la playa, es gratificante ver que estás ayudando a las personas y que, a pesar de que están ahí cansados, muertos de hambre y trabajando duro, todavía tienen la buena costumbre de darte las gracias cuando les limpias la cara y les das agua. La verdad es que el haber conocido tanta gente tan diversa y tan agradable hace de esto una experiencia mejor que cualquier campamento por el que puedas pagar cualquier cantidad de dinero.

Al principio sufrí un poco de náuseas el día de la salida hacia Galicia, por los nervios. El aventurarte sola en algo que te es totalmente desconocido puede generar una serie de reacciones orgánicas en tu cuerpo y en tu estado de ánimo que ni te imaginas que existen, mucho menos por algo que has decidido plenamente convencido y por gusto. Pero es así. Al quedarme sola entre cientos de personas, esperando para abordar el autobús, me dieron ganas de salir corriendo de regreso a mi casa, o de ponerme a llorar de la angustia. Sin embargo, "ya estás ahí" y es mejor dejarte llevar.

Lo mejor de todo es darte cuenta de que no eres la única. Me "monté" en el camión y lo recorrí todo, buscando algún sitio libre, pero todo estaba lleno de mochilas indicando que ya estaba ocupado. Sólo había un par de hombres solos y, sin pensarlo mucho, me atreví a preguntarle a uno de ellos que si estaba libre el asiento de su lado. José Luis, muy amable, me invitó a sentarme con él, y me confesó que también estuvo a punto de rajarse para el viajecito; había salido de trabajar a las 9:15 y apenas le daba tiempo de irse al punto de reunión. Y el malestar se fue en poco tiempo. Pusieron una película que te distrae de tus pensamientos tristes de añoranza y poco después estás conversando animadamente con tu compañero, que te durará hasta el final del viaje. Y poco a poco tu compañero se convierte en un grupo tan ameno como diverso: Sergio, un muchacho de veintitantos que mide como 2 metros, que es ingeniero de motores de avión y trabaja en Bruselas, y que se la vive "dándose leches y hostias" por su descomunal tamaño, y una pareja joven, formada por una escritora y por un muchacho que es bastante callado y del que no sé su profesión.

La primera noche salimos todos un rato, antes de regresar para irnos a cenar al mismo lugar en el que habíamos desayunado. Al regreso todos estábamos ansiosos de camita. La verdad es que poco nos faltó para cuajarnos en la mesa, a pesar de barullo del restaurante. Pero hubo algunos cuantos que tuvieron la osadía de irse de juerga y regresar entrada la madrugada.

El sábado, ya con mejor cara por haber dormido una jornada completa, teníamos muchos más ánimos de entrar en acción, sobre todo porque ya sabíamos lo que nos esperaba, a lo que íbamos y cómo hacerlo. Y se trabajó bien. No se notó desorganización ni duplicidad de labores. Nadie se quejó de no poder ir al baño durante la jornada, ni de lo que arde en la piel el petróleo que se adhiere a ella, por más que uno trate de evitarlo.

HOSTIA! QUIÉN HA COMIDO EN MI CAMA?
Después de la segunda cena muchos nos fuimos de bares, así que no nos enteramos de lo que ocurrió en las instalaciones del polideportivo. Al llegar, con la total obscuridad de un gran recinto en el que todos duermen, muchos nos sentamos en nuestras respectivas camas, topándonos con un plato en el culo (aquí esa palabra es de lo más normal e inocua) en lugar de con el colchón y la mayoría se preguntaron lo que he puesto en el subtítulo de este capítulo. Y resulta que no era un plato de comida, sino uno de artesanía gallega, generosamente donado por el alcalde de Noia, quien tuvo el detalle de dejar una tarjeta con su nombre y firmada con su puño y letra a cada uno de los voluntarios. Además, venía un plano guía de la ciudad y un folleto con información de los "Itinerarios a pie por el Concello de Noia".

LOS GALLEGOS SEGÚN EL MEXICANO; MITO O REALIDAD?
Esto es lo que seguramente se preguntarán la mayoría de ustedes. Pues no tuve mucha oportunidad de conversar con los lugareños, pero en general son gente sencilla que hablan muy rápido y en gallego (a lo mejor por eso los malinterpretan los genios de los chistes). Eso sí, todos te agradecen tu presencia y tu labor. Los afectados directamente por la catástrofe son los pescadores, pero en realidad toda Galicia se siente afectada y la gratitud viene desde todas las profesiones: hosteleros, amas de casa, choferes, cargadores y hasta de los periodistas.

Si me lo preguntan, en realidad los mexicanos mismos parecemos gallegos, porque el único error que puede achacárseles es llevar 6 mareas negras sin haber exigido al gobierno medidas para evitar ese tipo de catástrofes, ni a sus respectivos ayuntamientos fondos preventivos para invertir en equipo que les dé armas de protección. Por su ubicación geográfica, Galicia seguirá siendo susceptible de recibir la mierda de los países nórdicos durante muchos años más, así que lo único que le queda es tener más infraestructura para vigilar mejor sus costas y conocimientos técnicos para tomar decisiones adecuadas y oportunas. Y, por supuesto, mayor enjundia de su gente para exigir todo eso.

España IBA bien. Ya no. La mancha está amenazando también al País Vasco y a las costas de Francia. Y, entre tanto desmadre, el país sigue funcionando normalmente. Se nota sobre todo en los periódicos, que ofrecen información con accidentes carreteros y hasta con explosiones de bombas de ETA, que no se inmuta por nada, además de la acostumbrada información de abatares de la política. Por lo pronto parece que al menos en estos últimos lugares se tiene más visión y recursos para prevenir una masacre biológica como la que sufre Galicia, pero de cualquier manera sigue quedando demasiada mierda en el planeta, y esta vez no me refiero a la que estamos tratando de limpiar con palas y guantes.

Un beso a todos y que pasen una Feliz Navidad. Definitivamente la felicidad es el mejor aliciente para el voluntariado y no al revés.

Suza

Lun. 09/dic/2002 14:55

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