martes, 29 de abril de 2008

CUMPLEAÑOS ¿SOLITARIO?


Las celebraciones en mi vida tienen un, digamos, pasado tormentoso. La primera celebración “gorda” que tuve fue mi primera comunión, con 8 años. Me compraron un vestido que me gustó un montón y mi madre me organizó un fiestón con piñatas y todo. Y yo invité a quienes consideraba mis mejores amigos de la escuela. Y no fue NINGUNO. La fiesta estaba llena de niños y gente que yo no había visto en mi vida, mis abuelos, mi hermano, mi madre y dos o tres de mis primos. Encima, que yo había querido y decidido que mi abuela cantara el Ave María y al final salió una torda de no sé dónde chingados y se puso a cantar, mientras yo me quedaba con ojos de angustia mirando a mi madre con cara de interrogación.

Esa fue la gran inauguración de lo que sería, a lo largo de mi vida, una cadena de celebraciones solitarias y fallidas. Porque hubo más cumpleaños. Alguno en el que me animé, de nuevo, a tirar la casa por la ventana. Invité un montón de gente, compré un montón de comida y al final sólo fueron 4 gatos. Gente de esa de “relleno”, que o se apuntó porque estaba ahí o que los invitaste “por compromiso”.

Tengo fotos de algún cumpleaños en el que sí que fueron mis queridos amigos, pero llegaron “por turnos”. Es decir, llegaban unos, se iban otros y así toda la tarde-noche.

Luego ya grande, en la carrera, tuve 3 ó 4 ceremonias “de reconocimiento”, por ser “mejor alumna”. O sea, por sacar buenas calificaciones. Eso implicaba casi todo 10. Y para mí eran verdaderos triunfos, porque fueron tiempos de mucho cinturón apretado (tenía dinero justo para gasolina y material escolar. No gastaba en otra cosa. El resto se me iba en pagar la colegiatura, que mantenía a duras penas con carga académica mínima y una beca del 30%) y de mucho trabajo y poco descanso. Había días en que me iba a la escuela a las 7 de la mañana y no volvía a casa hasta después de las 10 de la noche, muchas veces sin haber comido nada en todo el día (si no vuelves a casa y no tienes dinero más que para gasolina y material escolar, no te llega para comer por ahí, aunque sea unos tacos), y después de haber ido y vuelto de la uni a la estación de radio en la que trabajaba y viceversa. Pues las primeras “celebraciones” las pasé sola. Completamente sola. Ya sé que la celebración la lleva una por dentro y que el orgullo del trabajo bien hecho no te lo quita nadie. Pero es un agravio comparativo horrible que estás ahí en un auditorio lleno de gente y cuando mencionan a otros hay gente que aplaude y echa porras y cuando te nombran a ti se produce un silencio sepulcral, hasta que algún buen samaritano da el primer aplauso al ver que nadie te hace ningún caso y entonces el resto de la gente lo sigue por inercia, terminando así tu breve momento de gloria con una especie de diploma que terminará guardado en el cajón de los papeles que nunca usas…

Afortunadamente, la vida genera sus propios equilibrios. No todo fueron celebraciones fallidas. Aunque la mayoría quedaron en intentos frustrados, también se produjeron algunas muy memorables. Está aquel cumpleaños número 15; en México es “tradicional” que a las mujeres se les haga “Fiesta de 15 años”. Que es como una “presentación en sociedad” pero naca (hortera, pa’ los locales de “acá”). No importa cuánto dinero inviertas ni qué tan buen gusto tengas. Aquello siempre resulta una horterada: visten a la quinceañera en cuestión con un vestido que es una especie de intermedio entre el de la primera comunión y uno de boda, la ponen a ensayar durante meses un vals que habrá de “lucir” con un “ejército de chambelanes”, vestidos todos de “esmókin” y hacen un fiestón en un salón alquilado con músicos contratados, comida o cena de postín y todo el kit. Como si fuera una graduación o una boda, pero en versión cumpleaños. Y todos los tíos de la quinceañera se ponen hasta el gorro de borrachos y hacen el show al final con el mariachi que desquita el sueldo aguantando sus berridos, mientras las señoras, sus mujeres, aguantan estoicamente cayéndose de sueño y rogándoles que por favor se vayan ya a casa.

El caso es que mi madre, que siempre ha sido muy práctica y muy pragmática, anunció firmemente que yo no tendría semejante espectáculo, con lo cual yo me quedé tan en paz porque la verdad estaba de acuerdo. Para mí era un cumpleaños más. Y ni siquiera me molesté en organizar “algo pequeño”, dada mi experiencia anterior con las celebraciones.

Pero cuando en la secundaria mis compañeras y mis amigas fueron hablando de sus respectivas fiestas me preguntaron por la mía. Y les dije directamente que yo no tendría nada. Para mí no era ninguna tragedia, pero la mayoría de ellas era muy “tradicional”. El caso es que me organizaron un fiestón en casa de un compañero y me dijeron que nos juntábamos a hacer un trabajo. Una verdadera fiesta sorpresa. Y fueron casi todos mis compañeros. En su momento no lo asimilé muy bien. Es decir, no me cayó el veinte de que aquél fiestón genial era única y exclusivamente para mí hasta muchos años después. Y durante mucho tiempo mantuve la creencia de que si fueron todos fue porque la fiesta la organizó mi mejor amiga, que era muy popular y la más aplicada del salón. Y no porque fuera mi cumpleaños.

Luego la vida se encarga de decirte que no. Que si fueron todos fue porque de verdad querían celebrar tu cumpleaños y hacértelo pasar bien, y, tal vez, compensarte por esa madre desalmada que te dejó sin “gran celebración de quinceañera”.

Otra celebración especial fue la primera vez que volví a México, después de que me quedé a vivir en España. Mi mamá organizó “una taquiza” (también para celebrar mi cumpleaños): contrató a una señora que monta el chiringuito y sirve tacos a todo el mundo, como si fuera un “puesto”, pero sin tener que pagar. Y entonces tú te olvidas de todo. Muy práctico, la verdad. Y fue un montón de gente. Muchos amigos de mi madre de toda la vida con quienes llevo una relación cordial, algunos de mis primos y mi mejor amigo, que hizo circo, maroma y teatro, pero fue. Y estuvo un rato conmigo. Y fue una tarde muy agradable, relajada y feliz.

El caso es que, dada mi propensión a que mi organización de celebraciones terminara en NADA, dejé de celebrar mis cumpleaños. Después de la taquiza, los otros años he estado en España, casi siempre fuera de Vitoria. Juanjo siempre me lleva a algún lugar, aprovechando que es festivo en Álava. Y han sido buenos cumpleaños: un año estuvimos en Salou, en Port Aventura. Otros años hemos estado en Madrid, en una feria de seguridad informática a la que él suele ir y me lleva “de paquete” y alguna vez hemos ido al Warner. La verdad es que me gustan mucho esos parques y se pasa bien el cumpleaños ahí. Y se pasa bien el cumpleaños con Juanjo.

Este año ocurrió que a él le salió un asunto en Lisboa. Y le vi en los ojos verdadero interés de ir cuando me lo dijo. Así que le dije que no había problema, que se fuera. Que ya habría más cumpleaños para pasar juntos. En principio, para compensar me iba a ir a Alicante con una amiga. Pero al final cancelé esa misión y reorganicé mi plan; iría a comer por ahí y al cine, a ver una de esas películas a las que Juanjo no suele querer ir. Metí un libro para empezar en mi bolsa y emprendí la aventura del cumpleaños solitario. Nada más lejos de la realidad. Para empezar, el libro que elegí hablaba de los amigos que tienen los libros o de que ellos mismos representan un amigo para una persona. Y, ciertamente, el libro me hizo pasar un rato muy agradable mientras esperaba a que me trajeran mi hamburguesa y mientras me comía mi postre.

Cuando me metí al cine apagué el celular. Porque no estaba dispuesta a salir de la película si me llamaban (que seguro lo haría algún@, ya que era mi cumpleaños) y tampoco me iba a quedar a gusto si no contestaba. Así que lo mejor era no enterarme. Al salir tenía 4 mensajes de llamadas.

Al final, mi cumpleaños no fue solitario y fue genial. No hubo una gran fiesta, pero tuve un regalazo en un blog al que le tengo mucho cariño y mi hermano me hizo un diseño en flash especialmente para la ocasión que todavía me hace llorar cuando me acuerdo de él. Y jugué un rato con mi madre, que también tiene su encanto. =)

Y lo que todavía queda. Porque los amigos que he hecho aquí están compensando con creces lo que hicieron los amigos que no lo eran de mi infancia. Que se recorran muchos kilómetros para venir a celebrar conmigo tiene mucha cosa. Gracias, de verdad, a todos, por estar ahí. Soy muy afortunada.

Un gran beso,

Suza.

martes, 1 de abril de 2008

LOS PERIPLOS EN SOLITARIO



Durante mis juventudes, por necesidad, tuve que aventurarme y acostumbrarme a viajar sola. Era eso o quedarme sin ver mundo. Y la pata inquieta jala más que el miedo a viajar sola. Y aquello fue un gran descubrimiento; resulté ser una excelente compañía para mí misma y los viajes en solitario son una gran fuente para tener aventuras y conocer gente interesante.

Así viajé por Michoacán y fui al DF en donde conocí a un holandés al que le robaron la cartera en el metro y luego me hurgó todo lo hurgable, porque creyó que había sido yo la autora del hurto, y después se soltó llorando ¿?...

También así me quedé en España mientras mi familia se regresaba a México sin mí. Así me fui a Marbella y así me regresé a Vitoria, alcanzando los huesitos de quien ahora es mi marido.

Hoy he recordado todo eso porque tuve que ir a Bilbao a completar un trámite en el consulado. Para muchos ir y volver desde o hacia Bilbao supone una rutina de todos los días, ya que por estos lares es muy común que la gente viva en una ciudad y se desplace hacia otra todos los días para trabajar. Pero ese no ha sido mi caso. Así que he saboreado un montón el viaje. Sin embargo he de confesar que el disfrute de todos estos viajes solitarios seguramente no hubiera sido posible sin la tecnología actual del entretenimiento. Me refiero al Ipod, consolas portátiles y demás cacharrería.

A la ida fui disfrutando del paisaje con ovejitas y caseríos vascos en medio de las montañas mientras escuchaba la música que me gusta. Y me sentí contenta de vivir aquí y de haber tenido el valor de quedarme sola en un país extraño, sólo para perseguir mis sueños.

A la vuelta llovía mucho, así que saqué mi consola de juegos y me vine entretenida matando zombies primero y perdiendo juicios japoneses después (van dos veces que repito el maldito capítulo y no hay manera!!! Mi defendida siempre termina en el trullo!! –cárcel, pa’ los no ibéricos–). Y de pronto ya estaba de nuevo en Vitoria. Y qué gusto sentí de llegar. Me gusta vivir aquí!!! ^^

Un besito a quienes viven donde quieren. Dos a los que no han viajado nunca solos. Pa’ que sianimen!!!