martes, 23 de octubre de 2007

DE ENCUENTROS Y PUCHUNGUITOS

Cuando te avientas a conocer gente por Internet puede pasar una de tres cosas:

A) Que aquello sea un completo fracaso
B) Que no vaya tan mal, pero que al final se pierda con el paso del tiempo
C) Que sea maravilloso y salga por lo menos una buena amistad

En mi caso, aunque el filtro ha dejado fuera gran cantidad de personas que pasaron sin ruido por el historial de mi experiencia internauta, la verdad es que al final el saldo es positivo. El último capítulo se desarrolló en Madrid, el fin de semana pasado. En algún lugar de la red hemos coincidido un grupo de loquillas, guapetonas y simpáticas, que nos dejamos llevar por la espontaneidad y acudimos al llamado de alguna que tuvo que ir a Madrid, aprovechando que ahí vive el objeto de nuestra reunión internauta: Un ente que se hace llamar “Yoko” y al que le hemos construido un reducido, aunque avivado club de fans en un foro, que camina por la vida a la par que su blog.

En principio, la reunión madrileña se antojaba netamente femenina, menos el objeto de nuestro “fanismo” (por no llamarlo fanatismo, palabra que últimamente tiene una connotación más bien negativa). Pero yo, como buena mandilona, cuando me sugirieron que fuera, confesé que “no es onda dejar solo al puchunguito para ir a reunirme con un “grupo de desconocidas”, a lo que Yoko, con toda la asertividad (si me permiten el uso del palabro. En la RAE me dicen que “no lo han inventado”) del mundo contestó “pues tráete al puchunguito”.

Así que le comenté los planes a mi susodicho y en lugar de poner pegas, en seguida dijo “si quieres ir…”. Le aclaré que no iría sin él y que ya alguien había sugerido que lo llevara. Entonces simplemente me confirmó que buscara hotel. No conozco muchos matrimonios, pero no tengo registrado ningún otro marido que en seguida acceda a una movida de esta índole. Y su buen tino fue más allá, ya que lo pasamos realmente bien.

La primera a la que conocí fue a MER, que vive en la misma ciudad que yo y nos animamos a tomarnos un café antes del encuentro en Madrid. Fue una tarde muy agradable llena de desahogos y de empatía, que nos dejó con ganas de más. Y fue ella la culpable de todo el movimiento hacia la capital, dado que tenía que estar ahí ese fin de semana por motivos de trabajo. Al resto del grupo lo conocimos tó junto, en un restaurante estilo americano (gringo, que diría yo, ya que “América” es un continente y no un país): Ahí estaban Lydia, una simpática y desinhibida mujer marbellí con un par de ovarios bien plantados para hacerle frente a lo que haga falta con todo el humor y el amor del mundo; Nocturna, con unos ojazos azules y una sonrisa capaz de desarmar al más insensible, me hizo reír como en mis buenos tiempos durante todo el fin de semana con todas esas anécdotas que cuenta de su trabajo. En verdad da gusto encontrarse a alguien tan afín con su profesión; Gallega, que nos había cambiado el look y se presentó con un bonito cabello dorado y unos ojazos verdes. Chica reservada con un gran corazón y una cálida sonrisa.

Todas ellas convivieron más por estar hospedadas juntas en un piso que MER consiguió para la ocasión y al que yo no asistí por ir acompañada del puchunguito. La noche de cena americana continuó con un paseo hasta una cercana discoteca en donde estuvimos gran parte de la noche y en donde Yoko hizo gala de sus virtudes deductivas armando el rompecabezas de poner nombre a las caras que veía. No lo hizo del todo mal. Eso sí, se le notaba muy nervioso, dentro de la emoción que se veía tenía de por fin conocer a quienes ponemos el toque de acompañamiento a su blog.

Una discoteca no es el mejor sitio para ir a conocer a un internauta: hay mucho ruido y al final terminas con la garganta hecha pomada y la mitad de lo que se dijo en tu cerebro, mientras que la otra mitad se queda diluida entre el humo y el punchis-punchis. Pero esa noche era lo que había. Al final, la mitad de información que se quedó en nuestras cabezas fue buena y suficiente. No así el tiempo invertido en la experiencia, que tenía que haber sido mayor e incluir algún lugar más tranquilo.

En cualquier caso, contra todo pronóstico, parece que la estrellita del fin de semana al final fue el puchunguito, que arrasó con sus encantos y con su gran manejo de la tecnología.

Sin embargo, estrellitas o no, fans o colegas, lo más importante de todo esto es que lo pasamos estupendamente y que 5 mujeres conseguimos incrementar nuestra lista de buenas amigas a través de la red, sin precisamente proponérnoslo. Y todo gracias a Don Yoko, que nos ha mantenido cautivas en su blog durante varios meses. Así que, desde aquí, mi más sincero agradecimiento por tan grandote regalo y mis deseos de que su blog siga creando más y más clubes de fans, para que más personas consigan sacarle ese enorme provecho a la magna red que yo he conseguido obtener.

La moraleja de este cuento quedará inmortalizada en una camiseta que esparcirá por el mundo el sabio consejo de “ponga un puchunguito en su vida”. Y, con suerte, más gente se animará a tener encuentros de esta índole, y habrá más humanos felices en el planeta. Por lo pronto, Yoko y sus fans hemos conseguido quedarnos con un gran refugio en la red en el que ahora no sólo coincidimos en tiempo y en espacio, sino también en afinidad real y en proyectos de futuro. Con lo pequeño que es el mundo últimamente, no está de más tener más y mejores amigos.

jueves, 4 de octubre de 2007

TIEMPO DE RECONCILIACIONES

Conforme se avanza en la vida, se van arrastrando "puntos negros" en ciertos temas. En mi caso, mis puntos negros han sido principalmente dos: Las matemáticas y la entrevista. En el primer caso, todo iba bien hasta que pasé de un colegio con un nivel educativo muy bueno a una escuela pública que me chafó una de mis dos materias favoritas hasta ese momento para el resto de mi vida. Yo entré en aquella escuela sabiendo dividir perfectamente y por culpa de algún compañero metiche y quejica, que le dijo a la maestra que yo "no ponía la resta en la división", ella, muy inteligentemente, me obligó a ponerla. Con lo que retrocedí un paso. Y lo que vino después ya no supe hacerlo. Raíz cuadrada, las ecuaciones en la secundaria. Las matemáticas chafadas para el resto de mi vida.

Me he reconciliado un poco con ellas gracias al Brain Training (para quienes estén totalmente desconectados del mundo de los videojuegos, les diré que es un juego que Nintendo sacó para su consola portátil, la Nintendo DS, misma que me compré con el premio en metálico que gané el año pasado con uno de mis relatos). Sigo sin poder dividir grandes números y el otro día comproble que tampoco sé multiplicar con decimales. Pero al menos les he perdido un poco el miedo a los números y ahora me aviento a intentar hacer las operaciones a mano. Un avance, creo.

Mi otra reconciliación ha sido con la entrevista. El tema con ella es todavía más escabroso que el de las matemáticas, aunque, curiosamente, también involucra a un profesor. Estando yo en la carrera de Letras, en la Mugre G, elegí una materia optativa que en su momento me pareció interesante, útil y entretenida: Entrevista Literaria. Iba a decir "al final", pero en realidad fue "al principio", resultó ser nefasta en mi situación. O al menos fue la gota que colmó el vaso. En una carrera que en sus inicios estaba llena de profesores interesantes y sumamente profesionales, con un nivel intelectual bastante alto, hacia el final no había más que loosers advenedizos que no sólo no se molestaban en preparar sus clases, sino que tenían incluso la desfachatez, algunos, de ponerse el libro abierto sobre el escritorio y ponerse a leer textualmente lo que ahí decía, como si fuera un alumno mediocre haciendo una exposición, en lugar de dar una cátedra. Para leer, lo hago cómodamente en casa, junto a una buena taza de café, gracias.

El caso es que, estando yo ya bastante desencantada de la carrera, tanto por el nivel de los “pobresores” como por haber dejado atrás temas que me apasionaban, como la literatura clásica, la historia universal y las teorías literarias, a cambio de tratar mucho más con literatura prehispánica y latinoamericana, que no es que no soporte, pero tampoco es que me apasione del todo, con honrosas excepciones, me topo de frente y a lo bestia con este individuo nefasto llamado Emanuel Carballo (padre). Efectivamente. Ya que tiene un gran ego no le voy a negar el crédito en esta historia, a este noble señor. Estaría yo en su segunda clase, si mal no recuerdo, que encima había que tomar los sábados porque el tipo “no tenía tiempo de impartir su cátedra entre semana”, nos había hecho comprar su libro con un compendio de “entrevistas literarias” y comencé yo a hacerle preguntas, como buena preguntona descarada que soy. Se supone que para eso son las clases, no? Al menos eso creía yo. Le hice preguntas del tipo “¿Qué hacer cuando el entrevistado no quiere hablar de un tema? ¿Cómo hacer para que el entrevistado se sienta más en confianza y conseguir que hable de lo que uno quiere? ¿Cómo interpretar los silencios del entrevistado? ¿Cómo llevarlo hasta donde quieres que vaya?, etc.” Probablemente no son preguntas enfocadas estrictamente a la “entrevista LITERARIA”, pero creo que son problemas con los que te puedes topar con cualquier clase de entrevista que hagas. Y digo “creo” porque no lo comprobé; ese día, el pobresor aquel, el “gran” don Emamuel Caballo (tenía que ponerle algún apodo después de aquello) contestó a mis preguntas con una gran ética y, sobre todo, alto nivel diplomático. Delante de todo el grupo, me espetó: “Compañera, me está usted haciendo preguntas muy estúpidas y nos está haciendo perder el tiempo a todos. Le suplico que haga más inteligentes o se abstenga de preguntar del todo”. Pocas palabras se me han quedado grabadas de manera tan textual. Por un momento pensé en levantarme y salirme en aquel instante. Pero no quise rebajarme al nivel de patanería de don Emamuel y decidí callarme, esperar a que terminara la clase y no darle el gusto de saber que su patanería había colmado el vaso, mi vaso. Aquella fue la última vez que mis pies pisaron esa escuela para acudir a una clase. Dejé la carrera después de 3 dedicados años. Conforme pasaba el tiempo y hablaba con mis compañeros me di cuenta todavía más de la pérdida de tiempo que suponían los dos años que me faltaban para titularme.

Pues bien. Después de toda esta larga historia he de confesar alegremente que empiezo a reconciliarme con la entrevista a través de un libro que estoy leyendo: “Yo también sé jugarme la boca. Sabina: en carne viva”, de Joaquín Sabina y Javier Menéndez Flores. Claro que no es un gran ejemplo de entrevista, dado que el libro está hecho un poco al revés. Es decir, en este caso es el entrevistado, ora Joaquín Sabina, el que pide ser entrevistado a Javier Menéndez Flores en concreto. El libro al final es un gran pelotazo que podría describirse con una frase que han acuñado los gringos “sucking eachothers dicks”, aunque siempre se hace evidente que la estrellita marinera es Don Sabina.

Sin embargo, a pesar de tanto pelotazo, el libro no pierde calidad. Menéndez Flores siempre tiene la delicadeza de, a fuerza de notas a pie de página, poner al lector en contexto o explicar ciertas cosas que el lector no tiene por qué saber y que completan lo que va contando Sabina, con ese sentido del humor tan cáustico y oportuno que tiene. Y también se nota en cada pregunta y en cada intervención que Don Menéndez Flores se trabajó mucho la entrevista o que es un gran conocedor en el tema Sabina. Y es ahí a donde quería llegar. Don Menéndez Flores no me aclara cómo conducir a Don Sabina hasta dónde él quiere, porque más bien parece que es el propio Don Sabina el que va por donde le da la gana. Pero sí que muestra cómo se hace una gran entrevista en condiciones y, sobre todo, como se deconstruye para reconstruirla en un texto coherente, ameno y, sobre todo, bien estructurado.

Agradezco que aparentemente en el mundo hay más Javieres y menos Emamueles. Y agradezco a Don Menéndez Flores que, sin proponérselo, me ha reconciliado un poco con la entrevista. Es como mi Brain Training de la entrevista. =)

Desde aquí, un saludo a Don Sabina, que durante tanto tiempo me ha hecho pasar buenos ratos con su música y sus libros, y a Don Menéndez, que contribuye a esa noble causa.