jueves, 14 de mayo de 2009

SAGRADITUD

libros-amontonados Últimamente leo mucho. La literatura se ha convertido en mi único vicio. Y, al leer mucho, se lee “de todo”. O sea, por mis manos han pasado libros buenos y libros malos. Don Stephen King opina que, como escritor (que todavía no lo soy “formalmente”) se aprende más de los libros malos que de los buenos. Yo todavía no sé de cuáles se aprende más. De momento sólo sé que los libros malos dan esperanzas. Uno se dice “si alguien fue capaz de publicar este bodrio, lo que yo escriba tiene algunas esperanzas”. Los libros buenos, en contraparte, desaniman. Porque, evidentemente, uno es consciente de que no está a ese nivel.

Como ya me di un buen atracón de libros “de vicio”, es decir, de esos que uno lee por puritito entretenimiento pero que no aportan una calidad literaria extraordinaria en sí, ahora puedo dedicarme con más tranquilidad a libros de más envergadura. Y, aprovechando además la coyuntura de que les ha dado por publicar los libros de Don Gabriel García Márquez en versión económica y manejable (esa es una de las razones por las que prefiero las ediciones Debolsillo, aparte de por el precio, porque se leen más a gusto, sobre todo alguien como yo, que tiene manos pequeñas), empecé a cultivarme un poco con lectura “de altos vuelos”, con El Amor en los Tiempos del Cólera.

Como buena atea, considero que las cosas sagradas producen más conflictos que satisfacciones. Sin embargo, como ser humano, creo que me es imposible evitar el tener ciertas cosas sagradas en mi vida, o que al menos tienen una cualidad o valor similar a lo que los religiosos consideran como sagrados (porque hablando en términos llanos, es evidente que ninguna de mis pertenencias es sagrada). Mi osito de peluche, por ejemplo, es una de esas cosas. Tiene casi 24 años conmigo y duermo con él todas las noches. Siempre he pensado que si se produce un incendio y hay que salir corriendo, iría corriendo a buscarlo antes de huir…

En el caso de la literatura, libros como los de Don Gabo también son sagrados. En mis manos está un ejemplar de alguien que tiene un premio Nobel, y que escribe en papelitos aquí y allá, y que tiene una secretaria que le pone en orden en una máquina de escribir (no sé si ahora usará una computadora) todos esos papelitos que él va produciendo. Y, mientras voy leyendo, me pregunto cómo es posible que alguien pueda escupir semejantes historias, tan llenas de sustancia, escribiendo en papelitos…

Me hace falta un diccionario para leerlo, porque me encuentro con un montón de palabras que no conozco. Pero como no tengo un diccionario para ponerlo en el buró, junto a mi cama, que es donde leo casi todo lo que leo, pues me quedo con la duda. Con algunos libros suelo anotar en las últimas páginas la palabra que desconozco y la página en la que está, de manera que luego voy y las busco y las vuelvo a poner en su contexto. Pero los libros de Don Gabo son tan deliciosos que en la primera lectura no se me antoja ni siquiera anotar las palabras, por no profanar sus libros. Y anotarlas en otra libreta implica ya demasiada distracción de la historia. Así que seguramente se quedarán pendientes para una segunda vuelta, si es que se llega a dar (nunca he leído ningún libro más de una vez).

Y aunque disfruto mucho con la lectura hasta el momento, no puedo evitar sentirme un poco profrana, de estar leyendo algo que es sagrado. Pero soy bien macha y me aguanto. Al final, quienes publican libros lo hacen con la intención de que alguien más los lea, da igual quién. Supongo…

Un besito a los que leen. A los que no, un coscorrón! Ji ji ji… =)