miércoles, 15 de noviembre de 2006

CUMPLEAÑOS FELIZ

Se nos citó a todos con un par de días de anticipación. Antes hubo una especie de consulta-consenso por los que tienen "chavales". La reunión estaba programada para el sábado a las 9:30 de la noche. Ni un minuto más, ni un minuto menos.

Llegamos puntuales y ya estaban ahí la mayoría de los requeridos. Otros iban llegando a la par y otros un par de minutos más tarde. Aquí no se "llega a barrer" si se llega a la hora. No saben lo que es eso. Dicen que, en todo caso, se barrerá una vez terminada la fiesta, ¿no?

A la entrada del "piso" del celebrado hay un perchero en donde todos dejamos nuestros abrigos, chamarras, swéteres o y hasta paraguas, si es que no nos llovió en el camino de ida. Si el paraguas ha llegado mojado, entonces se acomoda en algún lugar del baño, que es bastante amplio. Se trata de un departamento situado en pleno Casco Viejo, en un edificio antiguo construido de cantera y que tiene la peculiaridad de no tener interfón de acceso directo desde la calle, por lo que si uno llega un poco más tarde de lo acordado corre el peligro de tener que gritarle al festejado desde la calle o, si se es más civilizado, de llamarle por teléfono para que le abran a uno el cancel.

Los escalones del edificio son de madera antigua y crujen al pisarlos, como efecto de sonido de casa embrujada. Sin embargo, el departamento es acogedor. Está decorado con diversos colores vivos: rojo, azul, amarillo, verde, blanco. Si no fuera por lo irreal de las figuras pintadas en la pared, parecería un set de Almodóvar.

Al pasar a la sala, la mesa central ya está engalanada con diversos platos:
queso semi-curado, jamón serrano, tortilla de patatas, una con cebolla y otra sin cebolla, pimientos morrones fritos con ajo y chorizo a la sidra.

Para los que no traen demasiado en el estómago, se empieza la sesión con algún té. También hay vasos desechables en los que se sirve un buen vino tinto, para empezar o, si se prefiere, cerveza. El ritual se empieza en seguida. Nadie se hace tarugo para ver quién empieza a servirse. Se entiende que es una cena y, como todo está listo ya, pues a darle, que es mole de olla.

Fluyen varias y diversas conversaciones. Se terminan las raciones que había, se recogen los platos vacíos y viene el postre. Una botella de champán, seguida de sorbete de limón, que es un batido de nieve de limón y champán; se sirve en vasos y se toma con popote. También se han colocado algunos panecillos dulces. Una vez terminado el sorbo, alguien dice ¿nos vamos?
Y todos se movilizan. Claro, que eso no quiere decir que la fiesta ha terminado, sino que viene la siguiente fase. Apenas serán poco menos de las 12 de la noche.

Algunos vamos al baño, como medida de precaución. Otros imitan el ritual. Todos tomamos nuestros abrigos y salimos en estampida, rumbo al mero centro de la ciudad. Alguien ha dicho el nombre de algún bar y ahí se empieza el tour. Nadie va en sus mejores galas. Todos con ropa normalita. De buen ver, pero normalita. Entramos al bar en cuestión en fila india. Si somos pocos, la rutina será que cada quién pague una ronda de bebidas. Si son más de 5, lo más socorrido es "poner un bote". Todos ponen alguna cantidad de dinero y el primero que se deja, que suele ser el más decente del grupo, ordena las bebidas para todos. Todavía no logro entender cómo se aprenden lo que cada quién quiere, sin ser "camareros", aunque la mayoría pidamos lo mismo: cañas, que son cerveza de barril servida en vasos medianos.

Algunos bailamos, otros platican, otros las dos cosas. Alguno más se va a ligar a la entrada del baño de mujeres, e incluso llega a colarse dentro, ante el asombro de algunas y la indiferencia de otras. Un amigo lo acompaña fuera y se apunta a la conversación, si es necesario, o a seguirlo en la graciosa huída, si la cacería no ha sido muy fructífera.

Las bebidas se terminan y alguien sugiere continuar la ruta. Algunas veces la sugerencia llega demasiado pronto, cuando algunos todavía vamos a la mitad de las bebidas. Otras veces, todos esperamos pacientemente a que el último se termine la suya, que la apura de un sorbo cuando se da cuenta de que es el único que sigue bebiendo. Y así se pueden llegar a visitar hasta 10 bares en una noche. En general, todos tienen la misma música, las mismas canciones: los grandes éxitos del verano, entre los que se cuentan el Aserejé de las Ketchup, el inmundo "Que el ritmo no pare", de Patricia Manterola, y los grandes éxitos de la Operación Triunfo española, que ya tienen varios meses circulando.

Vitoria es una ciudad justa. Con alrededor de 220 mil habitantes, se puede ir a pie prácticamente a todos lados, sobre todo si se tiene el tiempo. Y en el tema bares, están la mayoría en el centro y sus alrededores. O en el Casco Viejo, que está ahí junto. Y, como ya se sabe la rutina, nadie va a la cita cumpleañera en auto. Todos somos peatones y no hay conductor designado. De bar en bar, nos dan las 4, las 5, las 6 de la mañana. Aquí no hay necesidad de recurrir a los bules ni a los botaneros de mala muerte si se quiere seguir la fiesta de madrugada.

Y hay mucha gente en la calle a todas horas, todos yendo de un bar al siguiente. Los bares no tienen guaruras a la entrada seleccionando clientes. Uno entra como Juan por su casa (aquí Pedro) al que le dé la gana. Incluso hay ocasiones en las que en el bar en el que se está la fila para ir al baño es interminable, así que se muda uno al bar de enfrente, momentáneamente, sólo para ir al baño.

Tampoco tienen límites de edad. Se puede encontrar en ellos a pubertosos de 16 años, a "medianitos" como yo o como la mayoría de mis lectores, o incluso hasta a parejas o grupos de más de 50 años.

Algunos irán desapareciendo durante la travesía. Otros se quedan hasta el final y se van todos juntos, si viven hacia el mismo rumbo. La caminata es agradable, con buena charla y se van despidiendo los que se van quedando en su casa. Conforme uno se aleja del centro el silencio se va haciendo más y más grande, aunque todavía queda alguno que otro bar solitario que también trabaja a deshoras. La policía brilla por su ausencia, pero los malandros también.

Al final, la cruda del día siguiente es la misma. Lo malo de estos lares es que no hay tortas ahogadas ni menudo para curar el mal.

Felices guarapetas.

Suza
Mar.27/ago/2002 19:07

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