miércoles, 15 de noviembre de 2006

EL ETERNO MITO DEL ORGASMO FEMENINO

Es un rollo. Si no consigues llegar a él tienes un gran problema: eres frígida, no vales nada como mujer. Si lo tienes, no eres mujer normal, sino otra cosa de cuatro letras, incluida la “p”. Y si eres lo que algunos conocen como “multiorgásmica” ni te cuento.

Por más que los chistes se empeñen en decir que la multiorgasmia es la octava maravilla, la verdad es que puede ser una gran cruz, sobre todo en un mundo de machos procedentes del matriarcado, como México. Empezando porque cuando te imparten “educación sexual” te explican lo que es el pene, la vagina, el coito, la eyaculación. Te explican cómo se produce un embarazo, te definen las “ETS”, etc. Pero nunca, al menos cuando a mí me tocó estudiar, mencionan el orgasmo. Y claro, el día que tienes uno, sin tener ni la menor idea de que existen, por lo menos te sacas un gran susto. Eso, cuando lo tienes.

Porque, no conformes con no hablarte de su existencia, a lo largo de toda tu vida como mujer te machacan y te programan con frases célebres como “no le llames. Que te busque él. Si no, serás una ‘buscona’”. “No hagas cosas buenas que parezcan malas”. “Las mujeres decentes se meten en casa temprano” (como si el sol impidiera que los penes se levanten y las vaginas se lubriquen). “Si le das lo que quiere, te dejará” (vaya. ¿Y si yo también quiero? ¡Qué escándalo! ¿Cómo puedes siquiera pensar esas cosas, mucho menos decirlas?).

Entonces, cuando llega la hora de la verdad, o no sientes nada, por aquello de no cambiar de “estatus social” o, si sientes, no lo puedes disfrutar a tus anchas porque te sientes culpable de gozar con algo que “está mal”.

Encima (o debajo, como ustedes prefieran, que para eso somos disque libres) si alguno de los precarios cónyuges que puedas llegar a tener se entera de que eres multiorgásmica emprende una cruzada en contra de la insatisfacción y se pone, como meta en la vida, romper el récord olímpico del éxtasis y el acto sexual se reduce a invitar a los del “Récord Guinnes” para que certifiquen su hazaña de haberle proporcionado a una diosa 659 explosiones de placer. Después, te envidian. Al final, te dejan, porque “es demasiado cansado competir con una gran mujer como tú”.

En el ínter, te has convertido en la mujer con la que todos se lo pasan fenomenal, pero a la que no quieren para compañera de vida. Siguen prefiriendo casarse con las que tienen “sello de garantía”, porque “serán buenas madres para sus hijos”, aunque se aburran mortalmente con ellas.

Al final, siempre quedan esas “diosas” para divertirse, aunque poner cuernos no esté bien. Al final, todos se emborrachan y eso tampoco está bien. Y en el trabajo el jefe hace transas con el dinero de los contribuyentes, y mi compadre es influyente y no paga impuestos. ¿Qué más da una cosa que otra?

¿La solución? Ni feminismo, ni calificativos, ni reglas de género. Simplemente, libertad para crecer, para experimentar, para conocer personas, lugares y formas de hacer las cosas, todo a su tiempo, cada uno a su paso y a su medida. Y sobre todo, olvidarnos de la “competencia”. El amor y el sexo no son carreritas. Nadie es mejor ni peor. Se trata de encontrar un compañero o compañera complementario. Y luego, enseñar esa igualdad de condición a nuestros hijos con un armonioso ejemplo libre de calificativos utilizados, sobre todo, por una sociedad disfuncional.
Mar. 17/ago/2004 20:23

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