viernes, 25 de enero de 2008

NAVIDAD A LA CABEÑA. Parte 2. (O mi primer novela publicada).

22 de diciembre, 4 am. No sé si por los nervios o por qué, me despierto y ya no consigo volver a dormir. A las 5 me levanto, me visto y me preparo para salir a las 6. Me alcancé a planchar el pelo y todo. A gusto, la verdad. Salimos a puntuales y llegamos al aeropuerto con buen tiempo, así que aprovechamos para emplasticar las maletas en uno de esos chiringuitos que hay, porque además tenía poca gente. Terminamos con ese asunto y nos dirigimos a facturación… 7 de la mañana en punto y una cola como de 3 kilómetros. 20 minutos después seguíamos en el mismo lugar, pero ya no éramos los últimos. Detrás de nosotros había como 30 personas más. El caso es que llegó la hora de embarque y nosotros seguíamos en la fila. Lo raro de todo es que la fila de los “Bussiness” también iba lenta. Normalmente terminan con la gente de ahí y ellos siguen atendiendo a los que vamos en “gallinero”. Pero ese día no. Ese día sólo atendieron a los finolis. Por fin nos dieron nuestra tarjeta de embarque y nos fuimos presurosos hacia la puerta correspondiente, sin haber desayunado, gracias a esas 3 horas maravillosas de cola.

Nos subimos al avión, pusimos las mochilas en los compartimentos respectivos y nos sentamos. Y los otros pasajeros hicieron lo mismo. Y el avión no se movía, no se movía, no se movía, como la canción de la hierba, pero al revés y sin sexo. Y nos empezamos a mosquear. ¿Por qué coño no se mueve esto, si estamos todos sentaditos? Y empezamos a interrogar al personal, que nos contestaba con evasivas o no nos hacían caso. Al final conseguimos averiguar que el avión “decidió” esperar a 20 personas que “habían tenido unos problemas en facturación”. O sea, que la inutilidad del personal de facturación aunada a la falta de previsión de los supervisores quienes, a diferencia de nosotros, no supieron o no quisieron darse cuenta de que una fila de semejante envergadura que no avanzaba iba a impedir que el avión estuviera listo a tiempo, hicieron que más de 300 tuviéramos que esperar a 20 que faltaban. Eso nos lo informaron, por lo bajito, como a la hora de estar sentaditos en nuestros lugares. Después de cabrearnos y de no recibir ninguna explicación del capitán por la megafonía, por fin habló el señor y se limitó a decir que lamentaba la demora y que a causa de la espera habíamos perdido “el slot” y que tendríamos que esperar a que nos dieran “uno nuevo”. Es decir, que perdimos nuestro turno de despegue en pista. Y recuperar el slot de las pelotas nos costó otra hora y media. 3 horas metidos en el avión antes de despegar para emprender un viaje de casi 13 horas. Y sin haber desayunado. El avión despegó a las 12 del día cuando tenía que haber despegado a las 9 de la mañana.

Y una vez que despegó, en lugar de traernos algo para comer, noooooo… Empiezan repartiendo las formas migratorias, esas que normalmente te dan como media hora ANTES de llegar al aeropuerto de destino. O sea, que vinimos DESAYUNANDO cerca de las 2 de la tarde. Y aquello ya era comida, por supuesto. Y en todo esto sólo UNO de los azafatos supo tranquilizarnos y nos trató como quienes pagamos su sueldo. El único hombre del personal a bordo que nos correspondía (en primera llevaban otro señor atendiendo) fue la única persona de TODOS CON LOS QUE TRATAMOS ESE DÍA y que trabajan para Aeroméxico que supo tratarnos con educación y con verdadera paciencia. Fue el único que se ganó su sueldo, esos más de 3000 euros que pagamos por ese viaje. El resto se limitaron a “cumplir”.

Porque cuando llegamos al aeropuerto de la Ciudad de México, casi 24 horas después de habernos levantado en Barcelona, al salir del avión había UN empleado de Aeroméxico en el mostrador que hay a la salida del gusano y aquello estaba abarrotado con quienes tenían conexión, como nosotros, y consiguieron salir antes del avión. Y detrás de la fila estaba otro empleado que nos informó que teníamos que dirigirnos a la puerta número 12, después de que le dijimos que habíamos perdido la conexión. Allá vamos corriendo a la puerta número 12 e hicimos OTRA fila ahí. Al llegar nuestro turno nos dicen que no, que tenemos que ir a la puerta número 19. Pero antes de eso había que pasar por migración. Así que OTRA fila de 1 hora en migración. Cuando llegamos, por fin, a la puerta 19 nos dicen que no, que hay que salir a los mostradores de facturación para que nos arreglen el problema. Así que salimos. Llegamos a los mostradores de Aeroméxico y cuando les informamos que no vamos a facturar maletas nos ponen en una fila que está siendo atendida solamente por 2 personas. Después de otra MEDIA HORA de espera en la fila me desespero y voy con una de las señoritas que atendían a los que sí traían maletas y le pregunto si no hay más personal que nos atienda. Me manda con “el supervisor” quien en tono muy altanero y desagradable me dice que ya nos irán atendiendo “poco a poco”. Eso terminó de encabronarme y ya furiosa le dije que precisamente ese era el problema. Que “poco a poco” nos habían traído dando vueltas por todo el maldito aeropuerto y que poco a poco esa era la cuarta fila que hacíamos desde que bajamos del avión y que poco a poco llevábamos más de 24 horas de dormir por culpa de su retraso y que lo que quería era que me atendieran mucho a mucho, que ya estaba harta de que ahí nadie se hace responsable por los incumplimientos de la empresa, a lo que el buen hombre y mal empleado me contestó que no iba a poner más gente a atender esa fila y que me tenía que aguantar tal cual.

Cuando por fin nos toca que nos atiendan yo todavía estaba encabronadísima. Empecé a quejarme con la “amable señorita” y ella me interrumpió diciéndome “pero si les habían arreglado un vuelo con Mexicana. ¿Por qué no lo tomaron?”
AAAAAAAAaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!! Pues porque nadie en su empresa se molestó en informarnos que nos habían arreglado un vuelo, porque nos han traído toda la tarde dando vueltas por todo el maldito aeropuerto, porque ustedes… La mujer me interrumpe de nuevo y me dice “¿quiere que le arregle su problema o no? Porque yo estoy aquí para arreglarle su problema.” Y le contesté que aparte de eso lo que quería era quejarme para ver si su compañía mejora en el servicio que dicen ofrecer y no ofrecen. Entonces, se mete, tarda allá como 10 minutos y sale con una hoja de reclamaciones que hay que enviar por correo (con franqueo pagado. Cuán amables son éstos de Aeroméxico)… DESDE MÉXICO. O sea, que tengo que perder todavía más de mi precioso tiempo de vacaciones redactando mi queja para que el dichoso papel salga desde el mismo país, sin garantía alguna de que mi queja será atendida o siquiera leída. Porque es evidente que en esa empresa a nadie le importa un bledo el pasaje. Bueno, en esa ni en ninguna otra. Porque los de Iberia tampoco se distinguen precisamente por su calidez y su accesibilidad para que uno ponga una reclamación.

Finalmente nos dice que ese día ya no hay vuelos a Los Cabos y que nos vamos al día siguiente en la mañana. Nos asigna un hotel y cuando le pregunto que qué pasa con nuestras maletas me dice “primero déjeme terminar”. Finalmente nos manda a otro lugar del aeropuerto a recogerlas, cuando ELLA quiso informarme de lo que yo le preguntaba, claro.

Total, que vamos para allá. Novedad: no había fila. Nos atendió un señor muy amable quien por radio habló con otra persona, salió, nos pidió que lo siguiéramos, habló con otro señor, le informó de lo nuestro y nos dijo que él nos daría las maletas. Lo seguimos hasta otra sección del aeropuerto y nos las dio. Nos dejó con los de aduanas, Juanjo le picó al botón de semáforo, nos tocó verde y nos dijeron “ya se pueden ir”.

Ahora, mochilas al hombro, porque en ese aeropuerto los carritos para las maletas sólo llegan hasta la sección en que la gente espera a sus “seres queridos” y a partir de ahí sólo hay “viene-vienes” a los que hay que darle una propina, misma que como no nos iba a pagar Aeroméxico no quisimos dar, así que teníamos que llevar las maletas con nuestras propias manos (menos mal que hace años que todas vienen con ruedas y que ninguna de ellas se ha roto), nos dirigimos hacia la puerta en la que estaría el transporte hacia el hotel…

El esfuerzo de seguir siendo persona

Llega por nosotros una furgoneta de cómo 9 plazas. Se llena y nos toca ir hasta atrás. El chófer maneja como si estuviera practicando para el París-Dakar, nos da saltitos como en la montaña rusa, se mete entre el tráfico con el poder que da el tamaño de su vehículo y finalmente nos deja sanos y salvos en el hotel. Un hotel que, dicho sea de paso, es infinitamente mejor que ese al que nos mandó Iberia la última vez que fuimos y que también perdimos la conexión por culpa de un retraso. Nos registran y nos dicen el horario de la cena.

Después de más de 24 horas despierto sólo puedes pensar en dormir. Pero también tenía hambre y una duchita no nos vendría nada mal. Y además había que hacer que Aeroméxico pagara todo lo posible por sus errores y su falta de buen trato hacia quienes hacemos posible su existencia. Así que después de dejar las maletas y alegrarnos con una habitación limpia y amplia y agradable, bajamos a cenar. Al ir hacia la mesa que nos habían asignado nos encontramos con la señora que estaba siendo atendida por “el supervisor” cuando yo fui con él a externar mi exabrupto y él me mandó tranquilamente a, como dicen aquí, tomar por culo. Nos preguntó si nos habían resuelto el problema a lo que contestamos que sí, y agradecimos el interés.

Una vez sentados nos informaron que Aeroméxico tenía “un menú especial”. Yo elegí la sopa azteca (que me encanta) y unas enchiladas suizas (que nunca he sabido por qué se llaman así, si en Suiza no hay enchiladas). Juanjo me preguntó si no quería una michelada, con lo que me brillaron los ojitos. Luego nos informaron que eso no entraba en “el menú de Aeroméxico”. De todos modos las pedimos.

Cuando nos trajeron la cuenta para que firmáramos, había un apartado para la propina. Juanjo preguntó si en la cuenta de Aeroméxico podíamos poner 20 mil pesos de propina (que vienen a ser como 1,500 euros), para que desquitara un poco la cosa.

El mesero tardó un poco en regresar con la tarjeta de Juanjo (por las micheladas) y él me ofreció que me fuera yo a la habitación y que él subiría después, lo cual acepté, porque ya me costaba mantener los párpados en la parte superior de mis ojillos.

Cuando Juanjo llegó a la habitación ya estaba yo a punto de meterme a bañar. La experiencia te confirma que después de una cosa de esas se duerme mejor si te has duchado antes. Y fue gracias a eso que conseguí convencer a mi cuerpo de que hiciera un último esfuerzo y me regalara la felicidad de dormir limpiecita. No recuerdo otra ocasión en mi vida en la que me haya tenido que meter a la ducha con tanto esfuerzo. Pero al final siempre vale la pena.

Como traes el jet-lag, te despiertas en la madrugada. Lo cual no me vino nada mal, porque así pude hacer todos mis rituales matutinos a gusto, incluido plancharme el cabello. Así que dejamos la habitación 5 minutos antes de las 7, limpitos, descansados y oliendo bonito.

Al bajar fuimos los primeros en llegar a la recepción. Habíamos apartado el transporte de las 7 la noche anterior. Nos registra el hombre y el mismo Bel-boy que nos llevó las maletas la noche anterior, las sacó esa mañana. Menudo turno más largo tiene el pobre hombre. El recepcionisto nos indicó que nos sentáramos en los sofás que estaban del otro lado del mostrador. A los pocos minutos aparecieron unos güeritos de extranjia y luego más personas. Cuando llegó el transporte, como 10 ó 15 minutos tarde, había ahí más gente que la que cabía en la cabroneta. Y a punto estuvieron de bajar a los güeritos, que habían llegado justo después que nosotros. Luego otra señora alegaba que nosotros habíamos llegado al último. No sé si es que el recepcionisto no sabe contar personas o qué. ¿Por qué metió ahí más gente de la que cabe? Al final, todos retacados, un muchacho sentado en las piernas de su hermana, etc.

Llegamos al aeropuerto, ahora sí a facturar maletas. Y, sin que nos demos cuenta, la torda que nos atendió va y les pone a nuestras maletas una etiqueta que decía que “probablemente tenían que pasar la aduana”. ¿¿¿Otra vez??? Pues sí. Eso lo vimos al llegar a Los Cabos, que fue un hombre hasta donde estábamos nosotros y nos dijo que como nuestras maletas traían esa etiqueta, tenían que revisarlas. En fin. Afortunadamente no nos la hizo tanto de tos. Sólo hizo la faramalla de revisar una y al resto las dejó estar.
Cuando por fin salimos y vimos a mi madre, mi hermano y mi cuñada, casi no me lo podía creer. Alguien podría decir que lo más bonito de llegar al fin es verlos a ellos. Pero en realidad, lo más bonito es verles la cara de contento que se les pone al verte. Cuando quieres tanto a alguien, ver esa alegría en sus ojos al verte es el regalo de Navidad más gordo, grande y precioso que se puede tener. Y la envoltura de ese regalo es toda la novela que acabo de escribir.

...CONTINUARÁ

1 Kalimotxos:

Anónimo dijo...

¡Qué gusto haber recibido El Bar de la esquina tan pronto... realmente me había quedado con ganas de saber cómo había continuado la aventura... ojalá siguieras platicando el resto de tu viaje. Yo lo he disfrutado mucho, a pesar de sus desventuras...

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